El fanatismo como fuente de apego seguro
- Francisco Escudero

- 28 jul
- 3 Min. de lectura

El fanatismo, según la RAE, es “apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas”. A mí me gusta definir el fanatismo como el apego desarrollado a ideas que no pueden ser cuestionadas; las ideas impermeables. El fanatismo te lleva a buscar argumentos que alimenten tus creencias, intentando llevar siempre la razón. Pocas veces verás a un fanático reconocer que se equivoca. Sus ideas no son objetos de reflexión. Sus ideas, más bien, son hipnóticas y difíciles de abandonar.
El fanatismo es lo contrario al pensamiento reflexivo. Honestamente, no se puede adquirir un conocimiento complejo del mundo sin cuestionar las ideas que tenemos. Al fanático le da igual la verdad, porque mantener su perspectiva de la vida está por encima de esta. Sus ideas tienen trincheras, y su verdad, solo su verdad y la de nadie más, es una jaula dorada en la que deben vivir. El fanático defiende sus ideas por instinto de supervivencia, hasta el punto de negar la más mínima evidencia.
Vamos con otro concepto: el apego. Ese instinto vital para la supervivencia de nuestra especie nos garantiza el poder ser cuidados. Para ello, necesitamos una figura que nos tutele, que nos arrope. No es el propósito de este video hacer una explicación compleja del apego. Sin embargo, muchas personas no han tenido sus necesidades de apego bien cubiertas a lo largo de su vida. Han crecido en condiciones de abandono, lo que les ha llevado a no sentirse protegidos ni seguros.
Cuando nos hacemos adultos, desarrollamos estrategias para adaptarnos a la vida. El fanatismo puede ser, en algunos casos, una manera de atenuar esta inseguridad del apego. No digo que esto siempre ocurra con un apego inseguro, ni que todos los fanáticos han llegado a ese punto por esta vía. Pero si alguien se ha sentido abandonado toda su vida, optar por esta opción puede ser muy tentador y altamente consolador.
El fanatismo ofrece el beneficio inmediato de sentir que estás en el lugar correcto del mundo, te hace sentir empoderado, fuerte y superior a quienes no piensan como tú. Además, nos hace sentir pertenecidos, ya sea por Instagram, a través de insignias, saludos particulares o códigos de vestimenta. Un fanático nunca está solo, y con ello satisface ese gran instinto básico del ser humano de sentirse parte de un grupo. Un grupo que le da identidad, que le arropa y le hace sentir menos solo. Una estirpe que le guía, que da certeza a sus pasos y que le marca el camino y la finalidad del mismo.
Insisto, no pretendo caer en una idea simplista. Esta es solo una reflexión general; no todos los casos son así. Sin embargo, si te fijas, notarás que muchas personas fanatizadas, que tienen problemas personales, a menudo sobrellevan su dolor centrándose en lo social. Se preocupan por hacer activismo y cambiar la sociedad, y así evitan tomar conciencia de sí mismos. Quieren cambiar la sociedad sin antes cambiarse a sí mismos. Los psicólogos sociales lo tienen muy claro: una autoestima personal deteriorada puede llevarte a la necesidad de aumentar tu autoestima social y colectiva. Imagina el poder que algunos políticos pueden llegar a tener sabiendo esto.
La persona que sufre puede acabar apegándose a ideas fanáticas y sectarias. Insisto, no digo que este mecanismo esté presente en todos los casos de fanatismo, pero quería lanzar esta reflexión con el objetivo de que, más que mirar a esa persona que es la portavoz de un discurso, mires a la persona individual que hay detrás de esa máscara. Despójale de las ideas que profetiza y, quizá, encuentres a alguien que le cuesta convivir con sus propias y privadas desdichas.
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Francisco Escudero
28-7-25








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